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Estas ampliaciones suelen ser, además de anti reglamentarias, un atentado a la estética.

Convierten balcones de edificios históricos en “quinchos” y hay polémica

Convierten balcones de edificios históricos en quinchos y hay polémica
Fuente: Diario Clarin

Es frecuente que a cualquier profesional de la construcción o de la arquitectura le llegue la consulta de si se puede ampliar un departamento sea cerrando el balcón o construyendo en la terraza con alguno de los sistemas de cerramiento en aluminio que provee el mercado.

La cuestión tiene varias aristas. Una primera es la técnica. Hay que saber si esa superficie que se quiere anexar está preparada para recibir un peso mayor al que al originariamente se había previsto. Un segunda es preguntarse si esa nueva construcción no excederá los metros cuadrados a construir que le permite a esa propiedad el código de construcción y urbano vigentes. La tercera es tener en cuenta que esa ampliación generará un cambio en los porcentajes que le corresponde a cada una de las unidades del edificio o PH. Un hecho no menor, porque con ese porcentaje se calcula cuánto paga cada uno de los copropietarios del inmueble en conceptos tales como el de expensas.

De sortear estas aristas, quedan otras más complejas de dilucidar. Analicemos algunos casos de diferente tenor y hasta de gravedad. Hace algunos años, Lacroze-Miguens-Prati terminó un fantástico PH moderno en un terreno de doble frente en la calle El Salvador frente a la Plaza Unidad Latinoamericana.

La fachada tuvo un cuidadoso diseño con dos volúmenes salientes en hormigón. Pero años después se malogró porque los habitantes del último piso decidieron que podían ampliar a gusto y piacere sus departamentos en la terraza. ¡Una lástima!

Veamos otro caso un poco más irritante. Es conocido el suceso que tuvieron en la década del ’30 los tres rascacielos blancos de Buenos Aires. El Kavanagh, sobre la Plaza San Martín, el Safico en la Avenida Corrientes y el Comega, en la intersección de Corrientes y Paseo Colón. En su momento, fueron revolucionarios: sus estructuras construidas en hormigón fueron las más altas del mundo. Además, sus "ropajes" incluyeron los nuevos criterios de la modernidad, con formas puras, sin ornamentos, blancas y con sus escalonamientos tan característicos.

Pero sucedió que a uno de los habitantes del Comega se le ocurrió ampliar con un cerramiento su unidad. Aprovechó la terracita que dejaba el escalonamiento para ganar unos metritos. Y ahí se ve, desde la vereda de en frente, o desde el CCK, el desafortunado injerto en la fachada del famoso edificio.

Otro caso alarmante es uno que me llegó desde Mar del Plata. A la altura de Playa Grande hay un edificio fantástico llamado Terraza Palace, que es Monumento Histórico Nacional. Su autor fue el arquitecto catalán Antonio Bonet, quien tuvo una importante trayectoria en nuestro país y dejó escuela entre nuestros arquitectos. Apenas emigrado de España por la guerra civil se unió a Juan Kurchan y Jorge Ferrari Hardoy, compañeros de tablero en el estudio de Le Corbusier donde trabajaron. En 1937 fundaron en Buenos Aires, el Grupo Austral. ¿El objetivo? Impulsar las ideas de la Arquitectura Moderna en el Río de la Plata. Entre las obras más renombradas de Bonet figuran los Ateliers de Suipacha y Paraguay (1938); el Sillón BKF; el Hotel Solana del Mar (1946) en Punta Ballenas, Uruguay; las Galerías Rivadavia (1959) y de las América (1962) y el edificio Terraza Palace en Mar del Plata (1958).

Este último sufrió en los últimos tiempos un atentado a su concepción original. El edificio de Playa Grande, conocido popularmente como la "máquina de escribir" por su particular forma fue diseñado siguiendo la topografía del terreno con terrazas que permiten, por un lado, disminuir la sombra sobre la playa, a la vez de dotar a las unidades de fantásticas expansiones hacia el mar, enmarcadas por unos parasoles de colores primarios. Tal fue así que en los ’60, se usaban como slogan de venta la frase: "aproveche los jardines flotantes frente al mar".

El caso es que uno de los propietarios, el del dúplex del último piso del ala derecha, decidió que las bondades del edificio proyectadas por el maestro Bonet eran insuficientes y decidió hacerse un "quinchito" en ese piso con carpintería de PVC y cubierta de policarbonato.

Alguna vez César Pelli dijo que no toda la arquitectura es necesariamente una obra de arte, sin embargo puede llegar a serlo. Y claro, cuando lo es, es casi imposible sacar o agregar algo sin cambiarle el sentido. O arruinarla.

También hay ejemplos que demuestran que es posible. La Mezquita-Catedral de Córdoba, donde se superponen la arquitectura árabe con el injerto de la catedral en estilos gótico, renacentista y barroco cristianos. El Reichstag de Berlín, de Norman Foster o las estridentes intervenciones que hizo años atrás Clorindo Testa en el asilo de ancianos que se convirtió en el Centro Cultural Recoleta, ahora envuelto en nuevas polémicas.

Claro, lo que diferencia estas intervenciones de las anteriormente mencionadas, más allá del carácter de las obras y del talento de sus proyectistas, es que las últimas tuvieron como premisa, además de resolver la necesidad emergente, la búsqueda de una nueva belleza para el edificio en su conjunto.


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